Hoy, como tantas otras veces, las olas gritaban tu nombre. Yo me aferraba a cada golpe, a cada embiste, a cada trago de espuma. Estiraba cada pequeño suspiro, sacando ventaja a las nubes y a los rayos. Ellos trataban de despistarme, querían llevarme lejos, al otro lado de las rocas. Para desaparecer en el olvido del abandono y la marea, pero he permanecido firme.
He permanecido firme, junto a las piedras y el yodo. He nadado en las profundidades más oscuras aferrándome a plantas desconocidas de colores vivos. El fondo del mar ha acompasado mis latidos, los tuyos y los míos.
Los tuyos y los míos, que se aceleraban con cada brazada, con cada patada. Y he tragado agua, litros rosas y dorados que sabían a vida, a óxido y salitre. El agua ha llenado mi cuerpo, mis ojos y mis oídos. Me ha inundado por fuera y por dentro, ha invadido cada esquina, cada hueco.
Me he convertido en mar, lo sé porque podía respirar, inhalar los restos que dejaban mis brazos. Alimentarme con las algas y la arena. Girar haciendo piruetas, aferrarme a los corales y danzar con las ballenas.
Ahora te espero aquí, en esas mismas olas, que siguen gritando tu nombre.
Ahora me miran, ahora son ellas quienes suspiran.