Vivir otro 9 de agosto es vivir de nuevo mi niñez. Pensar en quien me agujereó las orejas por primera vez. Recordar que ya no está aquí y ser consciente de que es mi primer 9 de agosto en una dimensión distinta a la que ella habita ahora mismo. Es saborear los bocadillos de todos los 9 de agosto después de nadar en la piscina, los que nos hacía ella, de secarme al sol que me llegaba directo surcando la Calderona, cerca del río Palancia, y me achicharraba los hombros y la cara y la espalda. Es escuchar las chicharras antes y después del bocadillo, hasta que la luz de la luna lo ocupaba todo y daba paso a la brisa de la noche estrellada. Y entonces cantaban los grillos. Es sentarse a la puerta de aquella pequeña casa en plena montaña a contar historias y chistes. Y jugar a las cartas y al parchís y a la Oca. Y escuchar los chismes de mis mayores, sus desvelos y manías. Sus leyendas y cuentos comiendo pisto con pan y queso.
Es pensar en las décadas pasadas y ver crecer mis rodillas y mis manos. Es ver transformarse en cicatrices las heridas. En marcas de tiempo, de calles, de parques, de aceras y de restaurantes. Es cortarme el pelo frente al espejo de casa porque, ¡qué calor hace en agosto! Es recordar los años pasados mejor que lo que comiste ayer.
Vivir otro 9 de este mes es caminar por la tierra seca del camping por la tarde después de la playa. Ducharme junto a las demás mujeres y niñas en el baño comunitario y volver a la tienda para ponerme ropa seca y salir a pasear. Oler la lona, la del suelo y la de las colchonetas donde dormíamos. Y barrer al salir para que la tierra no se quedara dentro. Porque por la noche entrábamos descalzas y no se veía. Y el polvo se metía entre las sábanas y era incómodo.
Es ser más consciente que nunca de que la familia cede el relevo y ya no soy nieta ni hija, sino madre y esposa. Es aprender a levantarme por la mañana con los riñones molidos y las ojeras cansadas, buscando minutos de sueño por los rincones del piso. Reírme de cosas que antes no hacían gracia.
Es celebrar la vida vivida y la que tiene que llegar.
Es aprovechar cada segundo para escribir y jugar al póker,
cantar,
pintar,
bailar
y nadar.
Pero que bonito…
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Gracias…
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