«(…) Aguardo aquí, en la tierra, el castigo divino. Revivo cada día el odio sufrido aquellos años insufribles que solo terminaron cuando la abuela y mis padres murieron. Ahora son tan lejanos que no parecen míos, pero lo fueron. Una vida entera cargada de culpa y de enfermedad. Depresión del alma y del cuerpo. Pesadillas y tortura mental que jamás es gratuita. La vergüenza fue lo peor, ha sido lo peor. El castigo menos doloroso, decía mi abuela. El peaje al cielo, si es que eso es posible, después del horrible pecado, eso decía mi madre. Mi padre, por su parte, era el encargado de romper las cartas que Esperanza me enviaba y que cada semana traía el cartero. Cada miércoles venía a casa con cinco cartas y cada miércoles, frente a mí, mi padre las rompía y a continuación las quemaba. El fuego todo lo cura. Él pensaba que sería pasajero, no imaginaba que Esperanza fuera a mandar cartas todas las semanas. Ese fue el gran error de mi amada. La tercera semana que el cartero hizo entrega de las misivas, mi padre las rompió frente a mí como las otras veces, pero después, para mi desgracia, no las quemó sin más, sino que tomó uno de los leños de la chimenea y me cubrió de golpes que achicharraron la piel y la carne que encontraron a su paso: cabeza y cara fueron las peor paradas. Una vergüenza que, desde luego, he tenido que recordar toda la vida, el resto de mi vida. Incluso ahora, que ellos ya no están, siguen presentes cada vez que me levanto. Porque no es a Esperanza a quien veo cuando me miro al espejo, sino a la pena y a la vergüenza. Ellas me devuelven la mirada cada mañana. Ellas me acompañan cada día, mientras espero mi último castigo, el definitivo, cada noche, cargando las pesadillas de mis sueños. Volviéndose en mi contra cuando la horrible, deforme y contrahecha mujer que soy me observa en silencio en el reflejo macabro que encuentro en esta casa abandonada de vida, de sueños y de esperanza.
Valle de Puebla (Castilla La Mancha), Abril de 2020*.
*Lugar imaginario en algún punto de la Meseta peninsular.
Protagonista: Dolores.
Fragmento del capítulo «El color de los días», del libro Las niñas también juegan.
Porque este año el orgullo va por:
«Quienes guardan recuerdo de la represión».
«Quienes de verdad saben lo que nos jugamos».
«Quienes levantaron nuestros derechos».
«Quienes se mantuvieron firmes».
«Quienes estaban cuando no estábamos».
Muy triste todo lo narrado. Ojalá vuelva la esperanza, esa que renueva el espíritu y engrandece las alma.
Un abrazo.
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Gracias por tu comentario, Carol. Y sí, ojalá… Un abrazo!
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