Salir al parque con Neuh es siempre una aventura. Cada día lo hago entre emocionada y temerosa, por no saber qué me voy a encontrar. Es cierto que cada vez coincido con gente más diversa en la calle, en los bares, en las cafeterías… pero en los parques, no sé por qué, es como que no evoluciona la vida, como si allí se hubiera quedado estancada la sociedad en los ’80. Pero en los ’80 más rancios, en los del inmovilismo más conservador de los sectores arcaicos (lo siento, pero me sale la vena “histórica”). En fin, que llegar a un parque puede ser una odisea porque no sé cómo van a reaccionar los demás según qué conversaciones surjan o qué temas decida compartir (yo soy mucho de compartir opiniones, experiencias y demás, sobre todo cuando coincido con otras madres o padres agradables, que, ojo, los hay).
Pues hoy no iba a ser menos y esta mañana cuando he llegado al parque con Neuh he sentido esa misma sensación entre dulce y ácida. Dulce porque el sol era tibio, como un atardecer de primavera. Pero ácida, por el temor a qué le puedan decir a él o pensar sobre él o vete tú a saber… Al llegar había tres niñas jugando con carritos de bebé de juguete, peluches, muñecos y más trastos de esos que Neuh tiene desparramados por todo el comedor. Vamos, lo normal. Ellas eran mayores que Neuh, como cinco o seis años más. Las conocemos a todas porque viven cerca y a él le encanta observarlas, aunque no participe de sus juegos. Las mira, las escucha, de vez en cuando intenta interactuar y es complicado separarlo en ese momento porque se queda como hipnotizado ante su presencia.
Yo las notaba un poco cohibidas, lógico por otro lado. Parecía que querían jugar sin mi presencia, o la de Neuh. Pronto he entendido que probablemente era yo quien les molestaba. Estaban planificando la continuación de su juego (el que habían empezado antes de que nosotros llegáramos), una de ellas explicaba a las otras dos (ante nuestra atenta presencia) que tenían que recoger todo lo necesario para dirigirse a la otra parte del parque. “Todo lo necesario para la boda”, eso ha dicho. Las otras dos se han reído entre tímidas y divertidas y le han preguntado sonriendo: “¿Para la boda?”. Ella, la que dirigía el juego, ha torcido el gesto en un amago de fastidio. Como el de una maestra cansada de explicar cientos de veces el mismo ejercicio. Después, ha contestado señalándolas con el dedo: “¡Claro, la boda! La boda entre tú y ella”.
Gracias, chicas, por hacer de mi visita de hoy al parque uno de los momentos más dulces del día.
¡Qué bonito! Son el espejo de la bondad que el ser humano va perdiendo según crece, por suerte no todos. Me ha encantado leerte antes de ir a dormir. Ahora me voy con una sensación muy positiva.
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Gracias por leerme, como siempre. Y el placer es mío.
Gracias por compartir tu opinión conmigo. Feliz noche.
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Los niñ@s nunca nos van a dejar de sorprender ¡¡¡
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Así es, Pablo. Y que siga siendo así…
¡¡¡Un abrazo!!!
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