El caos no es el desorden, la vida sin organizar, la basura de semanas sin tirar. El caos no son las camas sin hacer o el polvo sin limpiar. No son las noches sin dormir, sin descansar, sin soñar. Los sueños sin tener o la ropa sin lavar.
El caos no son las mañanas de dolor, de ojos vacíos de descanso. De cabeza llena de cansancio. De pesadez de piernas,
de pies,
de brazos. Las mañanas y las tardes, repletas de llantos, de gritos, de quejidos y suspiros.
El caos no es eso, no. No es la cocina sucia ni los platos en la pila. Los cristales masacrados con regueros de lluvia.
Seca.
Que forma caminos que transcurren a través de las horas por pasillos oscuros y corrientes de aire.
El caos no es el suelo de la sala, vestido con tarima blanda, para que no te duelan los golpes, para que cuando caigas no llores. Ni siquiera esa tarima, decorada con camiones, balones, globos, puzzles y peluches. Dragones, monos y caballos, toco-tó, toco-tó, toco-tó.
Gatos, gallinas y perros, buá-buá, buá-buá, bua-buá.
El orgullo del inevitable desorden se esconde en tu sonrisa. Guarda tus pequeños pasos, inestables y breves. Existe bajo tus cejas, en la profundidad envidiable de tus pestañas; en el eco de tu risa, en cada hueco vacío entre tus dientes. En los pliegues de cada dedo, del ceño fruncido cuando te enfadas y gritas, pataleas y peleas.
El caos se camufla en mi pecho, en mis pulmones y mi páncreas.
El caos son mis entrañas, apretujadas por los abrazos,
los besos,
los gruñidos.
Son mis latidos, mi pulso, mi ritmo.
Sin orden,
sin coherencia.
Sin firmeza,
sin propósito.
Anegado de tu risa,
tus caricias
y mi amor.
Qué preciosidad… Nunca pensé que el caos pudiera convertirse en algo deseable, pero después de leer tu escrito me doy cuenta de que sí es posible. ¡Enhorabuena por la familia tan preciosa que tienes!
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