Lo más grande del encuentro de ayer (VIII Encuentro de asociaciones de mujeres y colectivos por la igualdad de L’Horta Nord) no fue hablar sobre diversidad sexual, ni recibir las miradas de docenas de mujeres que, muy probablemente, era la primera vez que escuchaban a alguien hablar sobre el tema de una forma tan clara y abierta. Lo más grande de ayer no fue compartir con ellas la historia de mis grandes “locas” (“Todas están locas“, Ed. La Calle LGTB, 2016), ni siquiera las dedicatorias que me pidieron todas y cada una de las mujeres que vinieron sonrientes después de la charla (café en mano). No fue nada de todo eso, aunque yo creía que sí. Porque antes del día de ayer no podía imaginar que lo más grande del encuentro serían sus palabras, sus propias historias, sus confesiones silenciosas y su mera presencia.
Ayer, en el VIII Encuentro de asociaciones de mujeres y colectivos por la igualdad de L’Horta Nord que se celebró en Tavernes Blanques, aprendí cosas de quien no esperaba. Historias cargadas de realidad y sufrimiento, que dejan el drama de Grisalda (protagonista de “Todas están locas”) a la altura del betún. Miedos antiguos como la vida, pero regados con una esperanza y un aprendizaje añejos, con solera.
Las verdaderas protagonistas ayer fueron ellas, las mujeres, las que compartieron conmigo sus vidas en la cola del baño, en los pasillos y en la plaza, a escondidas del resto, para no ser sorprendidas, para no ser juzgadas. Ellas y solo ellas fueron el centro. Cuna y esencia de vida que todavía hoy (ayer), en el siglo XXI, se sienten controladas y cohibidas. Ellas, que pese a todo y todos, han seguido adelante, han amado, sufrido y criado. Viven, han vivido y son muestra y ejemplo de lucha y superación.
A ellas, desde aquí, hoy (igual que ayer) vuelvo a darles las gracias.
Por ser,
por estar.