Ayer fue una tarde mágica, lo dije en el momento y lo voy a seguir diciendo. No solo porque me acompañaron dos fantásticos escritores (Mila Martínez e Iván Canet), sino porque estuve rodeada y apoyada por un montón de gente (muy buena gente).
Reímos, lloramos, hablamos, nos emocionamos, nos alegramos y reivindicamos (vamos, lo normal). Incluso creímos (en algún punto del evento) haber perdido la cabeza, como nuestras locas. Volvimos a reír después (¡qué importante es la risa!).¡Y qué importante es la locura!
Ayer por la tarde hablamos de muchas cosas, pero en mi cabeza he guardado algunos recuerdos que no voy a poder borrar nunca:
– Las caras del público cuando se vieron obligados a representar el rol que se les había asignado.
– Las caras del público cuando se reían de sus propios roles y de los roles de los demás.
– La frase que nos dijo una lectora: «Por favor, no dejéis de escribir. Ya no me queda nada nuevo y estoy harta de releer lo que ya tengo».
– Lo bien que se portó Neuh (mi hijo, que justo ayer cumplía tres meses).
– Algo que me dijo Mila: «Escribir el segundo libro es casi más importante que el primero. Con el segundo libro demuestras que lo que haces es bueno, que has evolucionado y mejorado. Que los lectores pueden confiar en ti».
– La sorpresa y la ilusión que sentí cuando vi el montaje que hizo mi mujer donde combinó vídeos y fotos de nuestro bebé.
– Las hermosas palabras que nos regalaron Iván y Mila cuando hablaron de Todas están locas.
Ayer por la tarde no celebramos solo una presentación de un libro, ayer por la tarde celebramos el derecho que todas y todos tenemos a ser como queramos ser. A amar a quien queramos amar y a vivir como queramos vivir.
Comparto aquí un par de fotos de la presentación (se las he robado a Alodia -de La Rossa-). En breve tendré más y prometo hacer una crónica en imágenes exhaustiva sobre la tarde de ayer.
Mientras tanto, solo me queda decir una cosa:
leed, leed y leed.