En el silencio de la noche buscaba su melena. Por un momento había olvidado que ya no estaba. Le picaba la cabeza, pero no quería rascarse, no tenía que ser bueno tocar el pelo tan corto. Los gritos del señor tratando de impedir que se la llevaran retumbaban en sus sienes, veía de nuevo sus pies arrastrándose sobre el polvo. Sólo deseaba dar marcha atrás, que nada de aquello hubiera pasado. ¿Cómo iba a salir a la calle así? Las demás chicas se reirían de ella.
Respiraba hondo mientras atrapaba sus manos entre las piernas, intentado no rascar, no pensar. La noche estaba tranquila, no se oían voces fuera. Los truenos de la guerra habían cesado ya. Cerró los ojos, y cuando todo se hizo negro, supo que estaba sola, más sola que nunca. Alguien se había llevado a su amada. El invierno se despedía, pero algo más frío que el hielo, más húmedo que la escarcha, se extendió por su pecho, inundando todo su cuerpo hasta dejarla sin respiración.
Mi madre me cuenta que aquella muchacha “pelada” murió esa misma noche; otras veces, entre sueños, creo que me habla de amor. Yo pienso que sigue viva, pero está deseando marchar. La observo mientras duerme, y confío en que su ángel la cuidará. Deseo que pueda al fin disfrutar del principio que tantas veces soñó.