En su isla cada día era igual al anterior. La misma rutina: levantarse, vestirse, desayunar y marchar al instituto. En los meses de primavera podía ver el amanecer de camino al centro.
La misma gente en las aulas y los mismos profesores frente a la pizarra. Para Alba no había sorpresas posibles.
Sin embargo, aquella mañana de abril su vida iba a dar un giro inesperado. Tras la clase de matemáticas, la profesora de lengua entró en el aula junto a una chica desconocida para todos.
-Buenos días, os presento a Clara. Desde hoy se unirá a nosotros y espero que le deis una agradable bienvenida. Acaba de llegar de Barcelona.
La chica nueva se sentó en una silla vacía al otro extremo de la clase. Algo en ella hizo que Alba no pudiera dejar de mirarla.
Al terminar la sesión, Alba cogió el bocadillo y sus piernas se dirigieron a Clara como si tuvieran vida propia y se presentó.
-Me llamo Alba. Bienvenida a Fuerteventura. Voy al paseo a almorzar, ¿quieres venir conmigo?
-Sí, claro.
No parecía muy habladora, quizás era tímida. No le importó. Se sentaron en un banco del paseo a comerse el almuerzo contemplando el mar.
Para Alba nunca antes había sido tan placentera la hora del descanso. Y aunque sus pulsaciones iban acelerándose por momentos, sintió que su vida empezaba a tener sentido. En los ojos de Clara había descubierto el mágico horizonte con el que tantas veces había soñado. Por fin había llegado su ángel.