¿Por qué no me dijiste que estabas enferma? Hubiera podido ayudarte, al menos te hubiera cogido en brazos en tus últimas horas. Parecías tan indefensa, tan vulnerable, que hasta el más ligero golpe de viento se te llevaba y te daba vueltas de arriba abajo.
Me consuela pensar que me has tenido cerca, que no has muerto sola, que has podido sentir el latido de mi corazón y el calor de mis manos justo al final. Pero verte ahí, sin vida, perdiendo tu color natural, tan vivo…me destroza el pecho. Se inundan mis ojos y el viento me arranca dos largas lágrimas que se lleva lejos, lejos de ti y de mí. O quizás te las lleva a ti. Al lugar secreto donde se anida tu alma desde esta mañana. Espero que te hagan compañía si es allí donde finalmente van.
No me acostumbro a la muerte, a la pérdida. A verte así, en esta posición fetal, sin moverte. Sigo esperando a que te muevas a cada momento. A que te despereces. Pero eso no pasará.
Gracias por tu presencia, por hacer mágicos los momentos. Por hacerme creer que estabas ahí a lo largo de todo el día. Siento mucho no haber podido ayudarte. Descansa en paz.
Rezo fúnebre a la mariquita que ha vivido en esta casa durante el fin de semana y ha hecho posible que creyera en la magia. Ahora descansa en paz al lado del ordenador, en un ataúd improvisado hecho con la caja de mis lentillas y relleno de algodón.